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Amarte con todo lo que soy

Antes de que mi hija naciera, me imaginaba super organizada con las cosas de la beba, tranquila, disfrutando, sonriendo y confiaba en que el instinto materno y la sabiduría de mis antepasadas estaría ahí, mágicamente, para guiarme y yo sabría claramente qué hacer en todo momento. No fue así del todo.

Si bien, la primera vez que la vi fue el momento más feliz de mi vida y lloré de emoción al tenerla en mis brazos, al llegar a casa con ella, sentí el peso de darme cuenta de que su vida dependía de mí.

Conforme el tiempo pasó, entre mis descubrimientos, reconocí que el amor es más poderoso que el miedo, pues a pesar del temor y la preocupación que sentía por no tener la certeza de qué hacer y cómo enfrentar cada momento de su vida, el amor me impulsaba a dar lo mejor de mí para mantener a mi hija sana y a salvo.

Fantasiosamente, pensé que en cuanto fuera más grande sería más fácil. ¡Sorpresa! Llegaron los terribles dos años y, con ellos, el inició de su autonomía, el comenzar a conocer los límites de mamá, de la seguridad y de sus propias capacidades. ¡Y también los berrinches y el no hacer caso!

Me tomó algún tiempo, pero también me hice consciente de que a esa edad además comezó la etapa en la que había que formar una persona feliz; con salud física, mental y emocional; con alta autoestima y autoconfianza; responsable, respetuosa, exitosa, prospera, buena ciudadana y un muy largo etcétera.

¡¡Uff!! Muchas veces me pregunté cómo lo lograría, qué tendría que hacer y cómo podría darle lo que yo no tenía.

¿Cómo puedo dar lo que no tengo?

Como esta pregunta era la que más rondaba mi cabeza, comencé a estudiar para lograr formar a mi hija y, ya en ese momento, a mi hijo.

Aprendí que, tres meses antes la concepción, la energía y el estado de los padres influyen en la personita por nacer; que los pensamientos y sentimientos durante el embarazo son definitorios del ser, así como las primeras horas y días después del nacimiento.

Desde el alumbramiento hasta los siete años, la mente del niño está en la frecuencia alfa y, por ello, todo lo integra sin filtro: creencias limitantes, heridas, inseguridades, patrones destructivos sobre sí mismo, la vida, la familia, el dinero, etc.

Esta información me puso en alerta y, como en tren bala, trabajé en mí todo lo que pude para dejar de afectarlos. Sin embargo, había cosas que ya no podía cambiar. Así que, con la intención de borrar todos esos errores cometidos durante su crianza, mis hijos comenzaron a asistir a clases, talleres y terapias diversas.

Empecé a vivir una etapa de mi rol como madre en la que, ante cualquier reto que ellos vivían, la causa y justificación la encontraba siempre en algo que habíamos dicho, en mi inconciencia o en la historia de mi sistema familiar.

¿Era esto que sentía la historia de la vida de mis hijos o estaba proyectando algo de mí en ellos?

Amarte con todo lo que soy

La madre de fantasía y la paz de la verdad

Hubo un tiempo en que me sentí rota por mi madre y, entonces, yo hacía todo que podía para no romper a mis hijos. Con soberbia, quise demostrarle a mi mamá que sí se podía ser la madre perfecta: siempre bella y bien arreglada; amorosa, sabía y espiritual; que hace ejercicio, que cocina delicioso; que nunca se enoja, no se pone triste y siempre está de buen humor; que tiene la respuesta acertada; que dice sí a todo, siempre da permisos y todo me compra; que nunca alza el tono de voz; que jamás tiene problemas con mi papá y nunca se queja; que genera dinero; y, sobre todo, que totalmente es feliz.

Yo quería que mi madre fuera esa mujer irreal y luego se convirtió en quien yo pretendí ser.

¿Y lo logré?

¡No! Siempre estaba cansada, sintiéndome fracasada, insuficiente y culpable, pues no estoy cerca de ser esa mujer de fantasía.

En una meditación en la que estaba trabajando la culpa que sentía por mis errores de crianza me di cuenta de que podía perdonarme, ya que, aun cuando he actuado en automático, he amado a mis hijos con todo mi ser.

Amarlos así significa hacerlo con mi luz y mi oscuridad; con heridas y carencias; pues todo eso es parte de mí. Al verlo para mí, también pude extenderlo al amor que recibí de mi madre y al amor que entregaron mi abuela, bisabuela y todas las madres de mi linaje antes de ellas.

Esta revelación me lleno de paz. Por ello es que quiero compartirla a mis hijos y, de paso, con todos quienes hemos sido hijos o hijas.

Querido hijo, querida hija:

Lo primero que quiero decirte, es que sé que muchas veces no he podido ser la mamá que te hubiera gustado tener; que no he podido estar tan presente como te hubiera gustado; que, en mi imperfección, sin quererlo y sin darme cuenta, te he herido; y que, tal vez, te he hecho sentir que estás solo o sola, rechazada o rechazado.

También sé que, a pesar de todo eso, tu amor por mí es grande y que, aún a pesar de que has crecido, recibes con agrado mi mirada amorosa.

Ahora, déjame decirte que, para mí, tú eres la persona por quien conocí el amor verdadero y hacia quien dirijo todos mis esfuerzos buscando tu bienestar, seguridad y felicidad.

Eres mi motivación para mejorarme y por quien me pondré en paz con mi oscuridad para enseñarte cómo hacerlo con tuya.

Eres mi maestra, maestro de vida. Tú me impulsas a moverme para confrontar mis ideas y creencias desde distintos puntos de vista. Eres quien me hace crecer para acompañarte en los cambios que vives en cada etapa de tu vida, tal como tú te adaptas a las mías.

A pesar de nuestros desencuentros, puedo reconocer que el amor siempre ha estado presente entre nosotros, moviéndonos a ambos.

Este gran amor me hizo darme cuenta de que lo que esperas de mí es que te ame por quien tú eres y no por quien a mí me gustaría que fueras, así como reconocer que mi trabajo es amarte y mi objetivo fortalecer nuestra relación, para que nuestro lazo de amor sea tan fuerte que perdure desde donde tú estes y desde donde yo este.

Te quiero agradecer por amarme cuando me he equivocado y cuando no he sabido cómo hacerlo.

Ahora, desde la verdad de que ni tú ni yo somos perfectos, te aseguro que, si así lo quieres, puedes evolucionar convirtiendo mis carencias en tus fortalezas y tu riqueza del ser, para que estés en paz con lo que ha sido nuestra historia y, desde ese lugar, puedas crearte una vida más libre, plena y disfrutable.

Ten la certeza que tienes la fuerza y la vida para hacerlo, pues desciendes de hombres y mujeres que hemos hecho lo mejor que hemos podido y que, en cada generación, nos hemos mejorado por el bien de la siguiente.

Disfrutemos nuestro tiempo juntos, cuidemos nuestra relación y sigamos permitiendo que el amor nos acompañe.

Te ama con todo su ser,

Mamá