Empecemos: mi hijo es parte de un equipo deportivo. Dos de sus mejores amigos, sus primeros amigos, dejaron de ser integrantes del grupo. El día que se despidieron, salió con lágrimas en los ojos. Yo le tomé la mano y le dije: "Llora sin contenerte y date la oportunidad de estar triste el tiempo que tu corazón requiera para despedir con gratitud esta etapa".
El siguiente caso: a mi consulta llego una mujer, quien está teniendo serios problemas con sus hijos adolescentes. El núcleo de tales conflictos es que sigue tratando a sus hijos como niños pequeños. No ha procesado el cambio y no los está dejando crecer. Se crea infinidad de actividades, para ir de un lado al otro toda la tarde y, así, tenerlos con ella el mayor tiempo posible.
El tercer evento que acompañé, lo descubrí en un curso de procesos mentales que impartí a un equipo de ventas. Uno de los participantes comentó que su papá había fallecido un año atrás y reconocía que seguía en proceso de duelo. Esta persona no se había dado oportunidad de conectar con sus emociones y había caído enferma.
Como ves, vivimos infinidad de distintos tipos de duelos a lo largo de la vida, de etapas que terminan, otras que inician: nacimiento y muerte; día y noche. En realidad, los vivimos todo el tiempo. Pero ¿qué pasa que es tan difícil para los seres humanos transitar por estos ciclos habituales de la vida?
Primero, establezcamos qué es el duelo.
El duelo es el proceso, emocional-mental que enfrentamos tras vivir la muerte real o simbólica de alguien o cuando algo en nuestra vida termina.
Lo más doloroso del proceso de duelo es el sentimiento de pérdida: de aquello que amamos y no volveremos a ver; del amor que nos daban y que no volveremos a sentir; de la estabilidad que vivíamos o el sueño que teníamos; de aquello a lo que le invertimos tiempo, amor, energía y que ya no será parte de nuestra vida.
La pérdida nos deja vacío, fragilidad, frustración e impotencia. No podemos hacer nada para dejar de sentir lo que estamos sintiendo o para que las cosas sean como antes. Por eso en muchas ocasiones saturamos la agenda para no sentir. Entramos en procesos de falta de autocuidado, incluso de autodestrucción, dependiendo de la magnitud del dolor que deseamos tapar.
¿Qué pasaría si, en lugar de evadirlo, decidiéramos vivir el duelo?
Quiero preguntarte:
¿Qué pasaría si te diéras oportunidad de llorar la ausencia y despedir aquello que ya no estará en tu vida?
¿Cómo te sentirías si, en lugar de enfocarte en aquello que “perdiste”, te centraras en aquello que tienes gracias a haber conocido a esa persona, país, etapa, empleo, sueño o proyecto?
¿Cómo verías las cosas si decidieras salir de los paradigmas que generación tras generación se han vivido y te dieras la oportunidad de sentirte bendecido y abundante ya que tu vida ha sido rica en experiencias y personas?
¿Cómo sería si, ante la muerte de un ser querido, pudieras honrar su vida sintiéndote agradecido y afortunado de haberle conocido y de haber podido quererle y recibir amor de él o ella?
Probablemente, dejaríamos de sentir ese vacío, para abrirnos a la posibilidad de sentir que hemos tenido una vida plena, que ha valido la pena ser vivida.
Si hoy estas atravesando un duelo o tienes un sentimiento de pérdida que duele tanto que no quieres vivir, te pido te abras a la posibilidad de que superarlo es posible y alcanzable, aún cuando hoy eso te suene imposible.
Estoy convencida. Si yo pude, tú puedes. Tú y yo estamos hechos de lo mismo. La única diferencia entre nosotros hoy es que ya recorrí el camino y, con mucho cariño, puedo acompañarte para que tú también vuelvas a sentirte en paz.